Traducido por Juan José Velásquez Arango
„Una persona de la Era Vikinga jamás afirmaría ‘creer’ en los dioses nórdicos y otros seres similares, como tampoco afirmaría ‘creer’ en una montaña o en el mar. Estas cosas eran evidentes por sí mismas, una cuestión de conocimiento sin distinción entre lo físico y lo espiritual.“
(Price 2013: 166)
Llevo ya bastante tiempo tratando acerca de objetos de protección y colgantes de la Era Vikinga, razón por la cual quisiera llamar la atención sobre su uso incorrecto en la recreación histórica actual. La mayoría de recreadores históricos, por ejemplo, utilizan colgantes de martillos que no están fabricados según los hallazgos originales y a los cuales les atribuyen diferentes significados, siendo en la mayoría de los casos un símbolo de pertenencia a cierta subcultura (metal, Ásatrú, recreación histórica) o como un talismán personal (símbolo de fuerza masculina, un legado ancestral o la calidad estética del martillo como una pieza de joyería). A la par de este fenómeno, recientes investigaciones han evidenciado que el número de amuletos de martillos en las tumbas es del 28%, siendo el 72% de esta cantidad correspondiente a tumbas femeninas (Jensen 2010: 107), además del hecho de que los martillos desempañaban un papel de símbolo nupcial que brindaba fertilidad en la cama, o también como un símbolo de salud, felicidad y una próspera descendencia (Boudová 2012: 34–37; Elgqvist 1934). Este contraste ilustra muy bien el problema básico asociado a los amuletos y talismanes, a saber, el hecho de que observamos o entendemos estos artefactos a través de la lente del hombre actual y que a primera vista sólo captamos la conservación de una cultura material cuyo trasfondo espiritual pasa desapercibido sino aplicamos un análisis más profundo. Es por esto por lo que concordamos con Leszek Gardeła cuando escribe lo siguiente en su libro sobre amuletos: “Por mucho que todo esto [los festivales históricos y la recreación en general] sea apasionante, al mismo tiempo la actual “obsesión” pública y académica por los vikingos puede dar (y da) lugar a una serie de problemas y controversias que, en última instancia, podrían llevar a distorsionar drásticamente nuestra percepción del pasado” (Gardeła 2014: 18).
De entrada, hay que mencionar que este tema está plagado de problemas. Por ejemplo, es muy difícil definir lo que realmente puede calificarse como un amuleto o un talismán. Es probable que no nos alejemos mucho de la verdad si afirmamos que se tratan de objetos que, a pesar de toda su decoración, fueron “creados específicamente con un propósito mágico, además de que puede llevarse encima” (Zeiten 1997: 5). Aunque los objetos que podrían catalogarse como amuletos se encuentran sobre todo en ajuares funerarios (tumbas: 650, tesoros: 217, hallazgos en asentamientos: 296, hallazgos aleatorios: 196; véase Jensen 2010: 94-138), en la gran mayoría de los casos no es posible realizar mayores afirmaciones con respecto a la relación entre el propietario y el objeto, como tampoco sobre la forma en que éste se cargaba. Al respecto, un hallazgo que resulta interesante es el hecho de que las tumbas femeninas contienen casi cuatro veces más amuletos que las masculinas (149: 36; Jensen 2010: 107), además de que los métodos más comunes para llevarlos podrían haber sido colgados del cuello (solos o como parte de un collar), llevados en una bolsa, suspendidos de un cinturón, cosidos a un textil o entre dos piezas de tela (Jensen 2010: 5). Sin embargo, otro problema importante radica en que nuestro término “amuleto / talismán” no describe con suficiente precisión los objetos mágicos de la Era Vikinga. “’Amuleto’ puede que no sea el mejor término para los símbolos en miniatura de la Era Vikinga, sin embargo, es el término establecido en la tradición y no se me ocurre otro mejor” (Jensen 2010: 8).
Leszek Gardeła, autor del que probablemente sea uno de los libros más completos sobre los amuletos de la Era Vikinga (Scandinavian Amulets in Viking Age Poland, 2014), define un total de 21 tipos de amuletos-miniaturas escandinavas (pp. 54-55):
- Animales
- Figuras antropomorfas y partes del cuerpo (brazos, piernas)
- Amuletos de origen natural (fósiles, dientes, piedras, huesos, garras, hierbas)
- Cuentas
- Cápsulas
- Patas de oso en arcilla
- Cruces
- Lunuae
- Máscaras
- Anclas
- Cuencos
- Tronos
- Báculos
- Herramientas
- Armas
- Ruedas
- Anillos
- Placas rúnicas
- Cabezas de hacha de la Edad de Piedra
- Colgantes del martillo de Þórr
- Anillos del martillo de Þórr
En este artículo me gustaría centrar mi atención en las figuras antropomórficas, concretamente en las figuras masculinas tridimensionales, pues si importancia se indica por la concordancia entre los hallazgos arqueológicos y las referencias literarias. Considero que la razón por la cual se poseían amuletos puede demostrarse de una mejor manera en este tipo de objetos mágicos.
En los restos arqueológicos, estas estatuillas en miniatura o “ídolos” son algo escasos y suelen confundirse con piezas de juego o con pesas (Jensen 2010: 9; Perkins 2001: 89). Durante mucho tiempo se ha especulado sobre su función en el culto. Para empezar, podemos definir algunos tipos y materiales. Me gustaría enfocarme en aquellas estatuillas que muestran un parecido más evidente con las fuentes escritas, lo que incluye a la mayoría de las figuras masculinas tridimensionales.
Cuatro estatuillas (Baldursheimur, Chernihiv, Eyrarland y Lund) que comparten atributos muy similares han sido interpretadas convincentemente como estatuillas del dios Þórr (véase Perkins 2001: 101-127). El hecho de que no se trata de figuras anónimas queda evidenciado por los rasgos típicos asociados a Þórr y su representación (una poderosa barba, un trono, ojos redondos prominentes, un cinturón ancho o un martillo sostenido o tallado en la espalda de una de las figurillas). Por otro lado, se cuenta con una estatuilla hallada en Rällinge, Suecia, la cual ha sido interpretada como una representación de Freyr, dios de la fertilidad, especialmente por su falo erecto (Perkins 2001: 97). Del mismo modo, una estatuilla tuerta de Lindby (Suecia) se considera del dios Óðinn (Perkins 2001: 100). La altura de las seis estatuillas varía entre 3, 5-7 cm, con un peso de hasta 150 gramos (Perkins 2001: 125). La lista de estatuillas puede consultarse aquí.
En las fuentes nórdicas antiguas, estas figuras se denominan hlutir o heillir. Antes de un análisis más profundo, veamos cómo son descritas:
„Entonces el rey tomó unas bellas balanzas que poseía. Eran de plata pulida y estaban bañadas en oro. También incluían dos pesas, una de oro y otra de plata. Ambas pesas tenían forma humana y se llamaban hlutir, y eran en verdad cosas que la gente deseaba poseer.“
(Jómsvíkinga saga, cap. 31)
„Ingimundr no se sentía a gusto en ningún sitio, así que el rey Haraldr le obligó a navegar hasta Islandia en busca de su fortuna. Ingimundr respondió que eso no era exactamente lo que deseaba y envió a Islandia a dos finlandeses en forma de animales para que encontraran su hlutr, que era Freyr hecho de plata. Los finlandeses regresaron y dijeron que habían encontrado el hlutr pero que no podían tomarlo […].“
(Landnámabók, cap. 179 [versión S])
„Un día sucedió que el rey preguntó dónde estaba Hallfreðr. Kálfr le contestó: ‘Parece ser que sigue con su costumbre de sacrificar en secreto, y lleva en su bolsa una efigie de Þórr hecha con un colmillo [de morsa]. A pesar de que confías tanto en él, señor, todavía no lo has requisado. El rey hizo llamar a Hallfreðr para que respondiera a la pregunta, y Hallfreðr acudió. El rey le preguntó: ‘¿Es cierto lo que se dice de ti que llevas la efigie de Þórr en tu bolsa y haces sacrificios?’ ‘No es cierto, señor’, respondió Hallfreðr, ‘registra mi bolsa. Aunque hubiera querido, no habría podido llevar a cabo ninguna artimaña, pues no tenía ni idea de esta acusación.’ No se encontró en sus posesiones ninguna cosa [hlutr] que se pareciera a la descripción de Kálfr.“
(Hallfreðar saga vandræðaskálds, cap. 6 [versión Möðruvallabók])
A partir de una primera lectura superficial, podemos conocer que el objeto llamado hlutr era de propiedad personal, similar a una pesa, con apariencia humana y, al parecer, muy popular. Estaba hecho de distintos materiales (plata, morsa) y podía guardarse en una bolsa (púss) o en una cartera/bolsa (pungr). El hecho de que los hlutir mencionados tengan la forma de los dioses Þórr y Freyr nos permite relacionar con seguridad las figurillas de los restos arqueológicos con los registros literarios.
Esto nos lleva a la cuestión sobre qué relación tenían los antiguos nórdicos con los dioses. Los antiguos nórdicos creían en la existencia de todo un panteón divino, pero tenían sus individuos “de confianza” (de trúa; literalmente “creer”). Hrafnkell, de la Hrafnkels saga freysgoða, es un buen ejemplo: “no amaba a ningún otro dios salvo a Freyr” (cap. 2). Lo más probable es que cada individuo o familia medianamente religiosa tuviera un patrono divino de este tipo, aunque la gama de aproximaciones a la fe era aparentemente más amplia y rozaba la obsesión/devoción por un lado (por ejemplo, los berserkir, vǫlur) y el ateísmo por otro, como se demuestra en el Landnámabók, cap. 12 [versión S]: “Vivía un hombre llamado Hallr el Sindios, y era hijo de Helgi el Sindios. Padre e hijo creían en sus propias fuerzas y se negaban a celebrar sacrificios.”
Las palabras más comunes para designar a un dios patrono eran fulltrúi (“confidente”), vinr (“amigo”) o ástvinr (“amigo más querido”). Una lectura más detallada de las sagas revela que los patronos más populares eran Þórr, Freyr y Óðinn, una tríada que, según Adam de Bremen, también aparece representada en el santuario de Uppsala (Libro IV, Cap. XXVI). Mientras que Þórr y Freyr son mencionados como patronos del común (plebeyos, terratenientes y marineros) y se construían santuarios para ellos (los cuales, se suponía, estos dioses protegían), Óðinn pudo haber sido más un patrono de las élites, los guerreros y los pocos “intelectuales” (por ejemplo, los poetas). La popularidad de esta tríada, especialmente de Þórr, también queda patente en los nombres propios conocidos -por ejemplo, Þorsteinn, Freyviðr y Óðindísa- o en la frecuencia de los amuletos de martillo. Vale la pena recordar que la costumbre de asegurar la buena fortuna de un niño por medio de darle un nombre que contuviera el de Þórr era muy común en Escandinavia, incluso después de la Era Vikinga, como lo demuestra el caso del obispo y santo islandés del siglo XII, Þorlákr Þórhallsson.
Para entender un contexto más amplio, podemos fijarnos en cómo los nórdicos antiguos hablaban acerca de su relación con sus patronos. En primer lugar, quisiera mencionar el caso de los llamados “pilares del trono” (ǫndvegissúlur / setstokkar), que eran columnas talladas y ubicadas cerca de los asientos de honor en los salones. Creo firmemente que poseer y manipular estos pilares puede entenderse mejor con el hecho de poseer figuras tridimensionales.
Hrólfr Ǫrnólfsson, de la Eyrbyggja saga (especialmente caps. 3 y 4), era un adorador tan ferviente de Þórr y guardián de su santuario que tomó el nombre de Þórólfr Mostrarskegg, y cuando más tarde viajó a Islandia: “arrojó por la borda los pilares de su trono que solían estar en el santuario. Uno de ellos tenía tallado a Þórr. Þórólfr dijo que se asentaría en Islandia en donde Þórr tocara tierra”. En otra versión (más antigua) de la misma historia, proveniente del Landnámabók (cap. 85 [versión S]), Þórólfr Mostrarskegg es mencionado como “el gran sacrificador” (blótmaðr mikill), quien “confiaba en Þórr” (trúði á Þór) y que “invitó a Þórr a señalar la tierra donde quería que Þórólfr se estableciera, el cual prometió dedicar toda su tierra a Þórr y ponerle su nombre.” El caso de Þórólfr no debe tomarse como un ejemplo aislado, ya que el Landnámabók menciona explícitamente a otras cinco tripulaciones que realizaron el mismo ritual de apoderamiento (Ingólfr Árnason, Loðmundr el Viejo, Þórðr Hrappsson, Hrollaugr Rǫgnvaldarson, Hásteinn Atlason), mientras que en otro caso se nos habla de un colono que se negó a realizar este ritual (Hreiðarr Ófeigsson). El mismo rito es mencionado también en dos ocasiones en la Laxdæla saga (realizado por los hermanos Bjǫrn Ketilsson y Auðr Ketilsdóttir). A partir de estas referencias, resulta evidente que el pilar con la imagen tallada no era un simple trozo de madera pasivo en la cosmovisión nórdica antigua, sino una materialización del dios a través de la cual éste podía actuar. Es Þórr quien, junto con el destino, elige un nuevo lugar para su seguidor.
Lo mismo puede verse en el caso del hlutr de Freyr perteneciente a Ingimundr, el cual le indica a su dueño dónde debe asentarse (Vatnsdæla saga, cap. 12): “Freyr parece querer llevar su hlutr allí donde desea que construyan un recinto en su honor”. De los extractos se desprende claramente una comunicación, o más bien, un acuerdo con el dios. En una época en la que no existían los contratos escritos, un acuerdo o promesa oral era una garantía sagrada. Þórólfr se entrega a la protección de Þórr y cumple su parte del acuerdo: después de desembarcar, se adueñó del cabo más cercano, lo llamó Þórsnes, celebró una gran asamblea en él, llamó Þórsár al río más cercano, y construyó un gran santuario en el que colocó pilares sagrados y en el que celebró sacrificios. Se decía que el lugar de reunión y la colina adyacente de Helgafell eran lugares tan sagrados que allí estaban prohibidas las llamadas a la naturaleza, no se podía derramar sangre sobre ellos, como tampoco se podían contemplar a menos que uno se lavara.
Adicionalmente, en el Landnámabók (cap. 371 [versión S]), puede leerse que arrojar los pilares por la borda era una “vieja costumbre” (forn siðr). Considero incluso mucho más importante la mención de Ingólfr, quien “arrojó por la borda sus pilares del trono para la buena suerte [til heilla]” (cap. 8 [versión S]). Parece probable que el lanzamiento de los pilares por la borda fuera llevado a cabo por los colonos más prósperos, los cuales, en varios casos, organizaban la vida espiritual en sus regiones de origen, gestionaban los santuarios y pretendieron desempeñar la misma función en su nueva patria. Al respecto, puede mencionarse el caso de Þórhaddr el Viejo (Landnámabók, cap. 297 [versión S]), quien era un “sacerdote [hofgoði] en el santuario de Mæri en Þrándheimr. Quería navegar a Islandia y antes de zarpar derribó el santuario y se llevó consigo la tierra y los pilares del santuario. Cuando llegó a Stǫdvarfjord, impuso la ‘santidad de Mæri’ [Mærina-helgi] en todo el fiordo y no permitió que se sacrificara allí ni una sola res, aunque fuera doméstica”. Para los interesados en una visión más detallada de los rituales de asentamiento islandeses, me remito a Słupecki (1996).
Como otro ejemplo, seleccioné la súplica de Þorkell el Alto de la Víga-Glúms saga (cap. 9): “Y antes de que Þorkell partiera de Þverá, fue al santuario de Freyr, le llevó un viejo buey y dijo: ‘Freyr ha sido durante mucho tiempo mi confidente [fulltrúi], recibió muchos regalos de mi parte y los devolvió magníficamente. Por eso ahora te ofrezco este buey para que Glúmr abandone Þverárland involuntariamente, como lo hice yo. Muestra con una señal si lo has aceptado o no’. Entonces golpeó tan fuerte al buey que éste bramó y cayó muerto, lo que consideró una señal de buena acogida”. En este pasaje es evidente que el acuerdo amistoso entre el hombre y el dios se basa en el intercambio de regalos. Þorkell y su confidente Freyr mantienen una fuerte y duradera amistad que estrechan a la manera nórdica antigua (Hávamál 41-42, 44):
„Con armas y paños se obsequian amigos,
cada uno por sí lo ve;
la amistad se prolonga, si bien va todo,
entre dos que se dan y toman.Amigo el hombre será de su amigo,
con regalo al regalo responda;
la risa con risa se debe acoger,
la doblez con engaño.
[…]
Si tienes amigo en el cual confías
y sacarle provecho quieres,
ábrete a él, cambiaros regalos,
ve con frecuencia en su busca.“
La amistad con Óðinn es descrita en el poema del siglo X, Sonatorrek (estrofas 22-24), de Egill Skallagrímsson. Egill trata de superar la muerte de sus hijos, de la que culpa a Óðinn, y finalmente se siente reconfortado al darse cuenta de que ha recibido de su patrono una mente poética y valiente, dones de inmenso valor: “Tenía buenas relaciones con el señor de la lanza, tenía confianza en él, hasta que el amigo de los carruajes, señor de la victoria, rompió su amistad conmigo. No hago sacrifico al hermano de Vili, el protector de los dioses, porque me apetezca; sin embargo, el amigo de Mímir me ha concedido, si considero el lado bueno de las cosas, una recompensa por mis males. El enemigo del lobo, el luchador experimentado, me dio un arte impecable y la mente que me permitió hacer cobardes a enemigos manifiestos.”
El ejemplo de Þorkell, anteriormente mencionado, rememora asombrosamente al relato que dejó el viajero árabe ibn Faldan acerca de los sacrificios realizados por marineros Rus en un concurrido puesto comercial (Risala, § 85):
„En el momento en que sus navíos llegan a este muelle, cada uno de ellos desembarca cargado de pan, carne, cebollas, leche y alcohol, y se dirige a un alto madero erigido sobre el suelo. Este madero tiene rostro, como la cara de un hombre, y está rodeado de pequeñas figuras detrás de las cuales hay largos palos de madera clavados en el suelo. Cuando llega a la gran figura, se postra ante ella y dice: ‘Señor, he venido de tierras lejanas y traigo tantas esclavas avaluadas en tanto por cabeza, así como tantas martas [cibelinas] avaluadas en tanto por cada piel’. Continúa hasta que ha mencionado toda la mercancía que ha traído, y entonces dice: ‘Y he traído esta ofrenda’, dejando lo que ha traído consigo en frente del madero diciendo: ‘Deseo que me proporciones a un mercader con muchos dinares y dirhams que me compre lo que quiero vender sin regatear el precio que he fijado’. Luego se marcha. Si tiene dificultades para vender su mercancía y debe quedarse demasiados días, vuelve con una segunda y hasta tercera ofrenda. Si sus deseos resultan imposibles, lleva una ofrenda a cada una de las figurillas y pide su intercesión, diciendo: ‘Estas son las esposas, las hijas y los hijos de nuestro señor’. Se acerca a cada figurilla por turno y la interroga, suplicando su intercesión y postrándose ante ella. En ocasiones los negocios van bien y hace una venta rápida, en cuyo momento dirá: ‘Mi señor ha satisfecho mi petición, así que debo recompensarle’. Consigue varias ovejas o vacas y las sacrifica, donando una parte de la carne a la caridad, y cogiendo el resto y arrojándolo ante el gran madero y los pequeños palos que lo rodean. Ata las cabezas de las vacas o las ovejas en los palos colocados en el suelo. En la noche vienen los perros y se comen todo, pero el hombre que haya hecho esto dirá: ‘Mi señor está complicado conmigo y ha comido mi ofrenda.’”
Prácticas rituales similares -festejos y colgar animales de estacas o árboles- se describen también en otras fuentes. Aquí he seleccionado dos de ellas:
„Era una antigua costumbre que, cuando todos los habitantes de una casa habían hecho un sacrificio, se reunieran en donde se ubicaba el santuario y trajeran consigo todas las cosas que necesitaban para la celebración. Toda la gente llevaba cerveza para ello. Allí se sacrificaban todo tipo de ganado y caballos. Toda la sangre derramada se llamaba “hlaut” y se recogía en “cuencos hlaut” [hlautbollar]. También se hacían “varas de hlaut” [hlautteinar], que servían como aspersores y con las que se coloreaban todos los altares, las paredes exteriores e interiores del santuario y también a las personas. La carne se cocinaba para ofrecer un festín a los presentes. En el centro del santuario había un fuego en el suelo y sobre él colgaban calderos. También se colgaban copas sobre el fuego, y el anfitrión del banquete, que era el caudillo, bendecía las copas y toda la carne del sacrificio. El primer brindis era de la copa consagrada a Óðinn y brindaban por la gloria y el poder del rey. Después bebían de la copa consagrada a Njǫrðr y de la copa consagrada a Frey, y brindaban por la cosecha y la paz. Tras esto, según la costumbre, muchos bebían de la “mejor copa” [bragafull]. Más tarde, los invitados también tomaban de copas por sus amigos fallecidos, por lo que tales copas se llamaban copas conmemorativas”. (Hákonar saga góða, cap. 16)
„Al-Ṭarṭûshi relató que celebraban una fiesta en la que todos se reunían para glorificar a su deidad, comer y beber. Si alguien sacrificaba un animal, levantaba un poste en la puerta de su casa y colocaba el sacrificio en él, ya fuera una vaca, un carnero, un macho cabrío o un cerdo, para que la gente supiese que lo había sacrificado para glorificar a su deidad.“
(al-Qazwini: Athar al-bilad; ed. Samarra´i 1959: 191)
De todas estas referencias se desprende una relación íntima entre el hombre y el dios basada en la confianza y la ayuda. Las estatuillas tridimensionales eran una manifestación material de esta relación. Cabe suponer que éstas tenían alguna función en los sacrificios. Por ejemplo, se las podía mojar en sangre o se les llevaban ofrendas. De este modo, un hombre nórdico antiguo podía estar seguro de que seguía teniendo cerca a su amigo íntimo y podía ponerse en contacto con él en cualquier momento. Es significativo que tanto los hlutir como los pilares del trono se asocien con el pronombre suyo o de ella, lo que representa una prueba más de que estos objetos se consideraban propiedad personal. Es difícil imaginar la gravedad que podía tener la pérdida o destrucción de un objeto tan íntimo, que para una persona moderna equivaler a su teléfono móvil.
Una última observación que me gustaría esbozar en este artículo es la cuestión de hasta qué punto el sacrificio y la amistad con un dios estaban relacionados con la suerte y el destino. Los antiguos nórdicos eran, al menos la gran mayoría de ellos, pragmáticos, y uno no puede imaginárselos adorando ciegamente a un dios que no les apoyara. Un bello testimonio es la mención a un colono llamado Helgi el Delgado (Landnámabók, cap. 218 [versión S]), quien “era muy inconstante en su fe: creía en Cristo, pero cuando navegaba en alta mar o tenía problemas se volvía hacia Þórr. Cuando Helgi vio Islandia, preguntó a Þórr dónde debía desembarcar, y la respuesta le indicó que navegara hacia el norte rodeando la tierra, y le ordenó que no girara ni al oeste ni al este”. Para un nórdico antiguo, un criterio importante para elegir a un dios era que éste apoyara su causa, es decir, su suerte y su destino. Bajo suerte y destino, en este caso, hay que imaginar una combinación de certezas y deseos, por ejemplo, seguridad, salud, seguridad financiera, viento favorable, desterrar a cierta persona de la región, y temas por el estilo.
En uno de los extractos anteriores, pudimos ver que los colonos arrojaban los pilares del trono por la borda “para tener suerte” -en el lenguaje actual- para un buen futuro. Del mismo modo, encontramos a menudo “la búsqueda de la fortuna en Islandia” en las sagas familiares. En algunas ocasiones hallamos comparaciones entre Þórr y Cristo, lo que podría indicar la cantidad de suerte que los dioses traían a sus creyentes. En la Eiríks saga rauða (cap. 8), Þórhallr dice: “El de barba roja ha demostrado ahora ser mejor que vuestro Cristo. Recibí esto de él por un poema que compuse sobre mi confidente Þórr. Rara vez me ha decepcionado”. En relación con Cristo y la llegada del cristianismo a Escandinavia, hay que decir que a menudo a Cristo “se le clasificaba junto a los antiguos dioses […]. La gente acudía a él en tiempos de enfermedad, guerras y otras dificultades mundanas, pero no aceptaban el bautismo automáticamente. Se elegía a Cristo como uno de los posibles fulltrúi, un dios poderoso, que ayudaba al bienestar terrenal” (Bednaříková 2009: 101).
En 2014, mi amigo y colega Ondřej Vaverka dictó la conferencia “Terminology of individual’s, family’s and world’s Fate in selected Old Norse sources” en el seminario “Fate and Destiny in Old Norse Culture”, cuyo resultado concluyó que los nórdicos antiguos disponían de un amplio arsenal de expresiones para referirse al destino, gran parte de las cuales resultan idénticas al término “suerte”. Entre ellas se incluyen los términos hlutir y heillir, que se utilizaban para designar figuras tridimensionales. El hecho de que la traducción literal pudiera ser “suertes” y “amuletos de la suerte” no podría ser más sorprendente. También me gustaría señalar que la palabra checa para suerte (štěstí) carga el significado de un sentimiento interior de dicha y satisfacción, relacionado con un futuro mejor y que puede producirse por obra propia, lo cual se opone a la suerte nórdica antigua, que es externa. Creo que la suerte nórdica antigua tenía una forma mucho más concreta que la abstracta felicidad interior moderna. Permítanme demostrar la suerte nórdica antigua y la relación con un dios que la apoyaba citando probablemente una de las mejores novelas de ficción vikinga, The Longships, de Bengtsson (Bengtsson 1985: 24, 90):
„‚Pero tu pareces ser un hombre a quien la Fortuna sonríe, y puede ser que nos traigas a todos a su buen favor. Ya hemos visto tres manifestaciones de su amor por ti. En primer lugar, resbalaste en las rocas cuando dos lanzas volaban hacia ti; después, Ale, a quien mataste, no contaba con ningún pariente o camarada cercano entre nosotros que estuviera obligado a vengarle; y, en tercer lugar, no te maté porque deseaba tener un remero que le sustituyera. Por lo tanto, creo que eres un hombre de gran suerte que puede sernos útil […].’
‚No creo que ningún hombre pueda estar seguro de lo poderoso que es tal o cual dios, o de lo mucho que puede hacer para ayudarle. Y creo que seríamos tontos si descuidáramos a un dios por no ofender a otro. Pero una cosa sabemos, que hay un dios que nos ha servido bien en esta empresa; me refiero a Santiago [St. James]; porque es su campana la que impide que nuestro barco se convierta en tortuga y, aparte de esto, ha ayudado a los remeros a mantener el tiempo. No nos olvidemos de él’. Estuvieron de acuerdo en que esto estaba bien expresado, y sacrificaron carne y bebida a Agir, Alá y Santiago, lo que les puso de mejor ánimo.“
Resumen y conclusión
Al principio del artículo mostré que, sin un estudio detallado del material arqueológico y escrito, es imposible extraer conclusiones sobre el uso de amuletos y su función. Tras esto, hice mención de todo tipo de objetos mágicos que se utilizaban en la Escandinavia de la Era Vikinga. Nos hemos centrado específicamente en las figurillas masculinas tridimensionales que han sido interpretadas de forma convincente como estatuas de los dioses Þórr, Freyr y Óðinn, y que por cierto constituyen un valioso material para la moda, la metalurgia y el arte de la Era Vikinga. A la luz de las numerosas referencias escritas con descripciones sobre el culto, he demostrado que estas estatuillas se consideraban “amigos de bolsillo” y se utilizaban para comunicarse con sus patronos/amigos. El contenido de esta comunicación se consideraba confidencial y adoptaba la forma de petición + promesa o regalos (en forma de ofrendas). Por otra parte, también sabemos de sacrificios colectivos asociados a las fiestas, los cuales tenían un importante papel social. Sin embargo, la amistad con los dioses no sólo se refería a los sacrificios, que podemos observar en las fuentes como la expresión más profunda de la amistad; creo que incluso los nombres propios que contienen los de los dioses pueden hacer referencia a la amistad o a la predestinación a la amistad.
El siguiente y último punto de este artículo fue la afirmación de que la acción ritual y la amistad con un dios estaban relacionadas, en gran medida, con el esfuerzo por asegurar un futuro mejor, lo que en el entorno de los nórdicos antiguos se denomina destino / suerte. Como uno de los pocos monumentos tangibles, las estatuillas ofrecen una gran aproximación a la creencia nórdica antigua, a la relación del individuo con los dioses, además de que retratan al pueblo nórdico antiguo al mismo tiempo como comerciantes pragmáticos pero religiosos, amistosos y generosos a todos los niveles, tanto físico como espiritual. “Veo que esto le ocurrirá a cualquiera que no quiera hacer sacrificios”, dice el primer colono permanente de Islandia, Ingólfr Árnason, el gran sacrificador y amigo de su dios, sobre el cadáver de su hermano adoptivo, Hjǫrleifr, quien “nunca quiso realizar sacrificios” (Landnámabók, caps. 7, 8 [versión S]). Es bajo esta óptica, a mi juicio, en que debemos percibir cualquier acción ritual superviviente, incluido el uso de ciertos amuletos y otros restos materiales.
Espero disfrutaras leyendo este artículo. Si tienes alguna pregunta o señalamiento, por favor contáctame o deja un comentario. Si quieres aprender más y apoyar mi trabajo, por favor, dona en mi Patreon, Buymeacoffee o Paypal.
Bibliografía
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Jómsvíkinga saga = Jómsvíkinga saga, ed. Ólafur Halldórsson, Reykjavík 1969.
Eyrbyggja saga = Eyrbyggja saga, ed. Einar Ól. Sveinsson & Matthías Þórðarson, Íslenzk fornrit IV, Reykjavík 1935. Czech translation was published as: Sága o lidech z Eyru, transl. L. Heger, in: Staroislandské ságy, Praha 1965, 35–131.
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